Un momento para reflexionar

Desaparecieron a los hombres de las familias los primeros días de octubre de 1973. Fueron detenidos por los Carabineros de Isla de Maipo. A las familias les dijeron que los habían llevado al Estadio Nacional. Mintieron. Fueron asesinados en los hornos de cal de Lonquén.  La búsqueda se inició en el Estadio Nacional. Negaron su presencia en el lugar y las familias empezaron a buscar por todas partes, a seguir todas las pistas, sin encontrar indicios ni respuestas. Y cinco años después aparecieron restos humanos en los hornos de Lonquén. La identificación tomó un tiempo. Fueron las primeras familias, que después de años de búsqueda, confirmaron sus mayores temores: que sus seres queridos habían sido asesinados. Hasta hoy más de mil familias siguen esperando saber dónde están los restos de sus familiares y que pasó con ellos desde que fueron arrebatados a su comunidad y a los suyos.

La convivencia entre los vecinos y los carabineros era de conocimiento y respeto recíproco. Por eso la orden de matar fue considerada como “una maldad que nos hicieron”, destruyendo las confianzas y las relaciones entre las personas, atropellando años de buena convivencia a pesar de las diferencias, de los diversos roles y de las distintas visiones políticas. Fue una experiencia traumática para esas familias: quienes debían garantizar sus derechos y su seguridad se convertían en criminales y verdugos, sacándolos de sus casas con violencia y haciéndolos desaparecer.

Este año se cumplen 50 años del inicio de un tiempo de persecución y muerte para muchas familias, que no terminó con la desaparición de sus familiares, se prolongó en la discriminación y la odiosidad local en su contra, en la imposibilidad de encontrar trabajo en la agricultura por su parentesco con los desaparecidos, en una vida difícil, en la penosa ausencia de sus seres queridos y en el descubrimiento de una solidaridad desconocida, de la que somos parte a través de esta exposición. 

Elizabeth Lira K.

La Corte Suprema, en 1978, designó como ministro en visita al juez Adolfo Bañados, quien estableció las condiciones del crimen, la forma en que murieron las víctimas e identificó a los responsables. Debió traspasar el proceso a la justicia militar.  Los responsables fueron amnistiados y los restos fueron lanzados a una fosa común del cementerio local en 1979.

Los hornos fueron un símbolo y un lugar de peregrinación que permitió acompañar a esas familias y también recordar a los desaparecidos, exigir justicia y reparación. Pero los hornos fueron dinamitados en 1980. Cada una de las acciones apuntaba a borrar la memoria de lo sucedido en sus aspectos materiales, morales y simbólicos.

Este año se cumplen 50 años del inicio de un tiempo de persecución y muerte para muchas familias, que no terminó con la desaparición de sus familiares, se prolongó en la discriminación y la odiosidad local en su contra, en la imposibilidad de encontrar trabajo en la agricultura por su parentesco con los desaparecidos, en una vida difícil, en la penosa ausencia de sus seres queridos y en el descubrimiento de una solidaridad desconocida, de la que somos parte a través de esta exposición. 

Al conmemorar lo ocurrido en Lonquén, en la comunidad de esta universidad Alberto Hurtado, compartimos un hecho grave de nuestro pasado reciente: el exterminio de campesinos en 1973. Tenemos la esperanza que la memoria forme parte de nuestro aprendizaje como sociedad para que estos hechos tan amargos para esas familias y tan penosos para nuestra convivencia, no se repitan.

Elizabeth Lira K.

Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales.
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