Lonquén: el lugar del horror

Solo tres meses después del hallazgo de los restos de este grupo de campesinos, el padre José Aldunate, en una reflexión publicada en la revista Mensaje de marzo-abril de 1979, dio testimonio de una de las más numerosas romerías que se realizaron a los hornos de Lonquén, antes de ser dinamitados. La reflexión lleva por título “Romería a Lonquén: Pasión del Señor”, en anuncio de la Semana Santa que se iniciaría el 8 de abril de ese mismo año, y su primer subtítulo es precisamente el que encabeza este breve escrito. “El lugar del horror” equivale a decir el lugar de la muerte, de la desaparición, del miedo, de la violencia más depravada; aquella de la cual solo el ser humano es capaz cuando se cierra al encuentro, al diálogo, a la razón, cuando da paso, ya no solo a la enemistad, sino también al odio y a la destrucción de los cuerpos.

Hoy, 45 años después, gracias al testimonio gráfico de Luis Navarro, este horrible hallazgo nos vuelve interpelar y nos expone cara a cara con la maldad y con la posibilidad de la violencia que habita en todos nosotros, pero que se hace intratable e incontrolable, cuando opera en manos de poderes políticos e institucionales, cuando se arma hasta los dientes y el alma. El horror y la maldad de Lonquén nos indican, una vez más, que la violencia es una realidad y un concepto de una extensión enorme, pero de una comprensión ínfima. Solo sabemos que no la podemos superar; que es imposible extirparla de la historia y de nosotros mismos.

Si hoy conmemoramos como comunidad universitaria los 50 años del golpe de Estado; si hoy nos enfrentamos a estas pocas imágenes de un horrible exterminio, es para hacer silencio, para meditar, tal vez, para dejar que se nos haga un nudo en la garganta. Pero es también para no olvidar lo frágiles que son la democracia, la palabra, la memoria y el perdón, y lo peligroso que es desarticularlas o eliminarlas de nuestra vida y de nuestra historia.

Roberto Saldías B. S. J.

Lo poco que podemos es, en parte, contenerla. Para eso, la política encontró aquello que hemos llamado democracia que, mejor aún que su propio concepto, contiene las herramientas del diálogo y de la discusión, a fin de evitar caer en el puño y en las armas. Las personas, tienen la memoria, la palabra y el perdón, sabiendo que el peso real de este último no lo da precisamente el olvido, como se quiso hacer con Lonquén y con tantos otros lugares.

Si hoy conmemoramos como comunidad universitaria los 50 años del golpe de Estado; si hoy nos enfrentamos a estas pocas imágenes de un horrible exterminio, es para hacer silencio, para meditar, tal vez, para dejar que se nos haga un nudo en la garganta. Pero es también para no olvidar lo frágiles que son la democracia, la palabra, la memoria y el perdón, y lo peligroso que es desarticularlas o eliminarlas de nuestra vida y de nuestra historia.

Roberto Saldías S. J.

Instituto de Teología y Estudios Religiosos – ITER.
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